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Mi camino de reconexión uterina

Volver a ti, es el camino.

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Dios es Mujer.


En este camino de volver a mí, de convertirme en mujer medicina, me he perdido muchísimas veces. Pero cuando me dejo guiar por una corazonada, callando a la mente, siempre encuentro grandes verdades.

Pasé muchos años en un patrón que me agotó, hasta pensar que ya no quedaba una gota de energía dentro de mí. Durante años participé en relaciones con amigas donde mi empatía era intercambiada por pertenencia. Mis propias carencias emocionales y heridas de la infancia —donde buscaba salvar a mamá— me convirtieron, por años, en el basurero emocional de mujeres a las que quería rescatar. Mujeres atrapadas en una sociedad a la que mi alma nunca ha podido ajustarse. Callé mi voz y mi intuición, me puse máscaras para pertenecer. Sufrí mucho, me autoinfligí muchas heridas profundas en esta dinámica, cuando a la única que tenía que amar y salvar… era a mí misma.

La herida universal del femenino: mujeres que competían, cuando yo nunca había querido —ni me interesaba— competir. Amigas ante las que tenía que apagar mi brillo para que ellas no se sintieran pequeñas. Mi alma lo sabía, pero en nombre de la empatía pensaba: “Pobrecita, tuvo esta infancia”, “pobre, lo hizo porque se sintió insegura…” Autoengaño. Yo misma estaba tan herida como ellas.

Cuando me hice consciente de todo esto, empecé, casi a ciegas, a trabajar mi femenino. Un par de veces me confundí con el feminismo, me peleé con la Iglesia, me enemisté con el sistema. Me creía dueña de una verdad que, en realidad, me dañaba,que dolía,que era una herida que supuraba en silencio.

Una noche se me ocurrió que una de las clases de arte que daba en mi apartamento tuviera una temática: “pintar los úteros”. Hasta hoy, no conozco a nadie que haga arteterapia de útero, así que me otorgo el título de creadora —al menos en mi realidad—. Seguí mi intuición, puse un story en Instagram y un par de amigas siguieron el llamado.

Mientras pintábamos en mi comedor, Karlyn —una chica que se convirtió en una hermana de camino y a quien apenas veía por segunda vez— me empezó a contar su historia. Me comentó que había empezado un curso de reconexión uterina con una mujer medicina en Argentina.

Cada célula de mi cuerpo se encendió. Le pedí el contacto. Al día siguiente le escribí a Ceci, quien me respondió que el curso ya había comenzado. Sentí un poco de desilusión, lo solté. Luego me escribió: si quería, podía ver la primera clase grabada y unirme al grupo. No lo dudé un minuto. Me apunté. Y empezó el camino.

En ese momento no lo sabía, pero ese arrebato lleno de intuición me llevaría a un lugar que no había transitado con ninguna otra terapia. Y créanme que había hecho de todo: terapia clínica, yoga, constelaciones reconstructivas, terapia de respuesta espiritual, ceremonias de hongos… todas hermosas y poderosas. Pero ninguna me había llevado a la raíz, a la sangre, al útero.

Me sumergí en un camino de nueve lunas. Una gestación. El proceso fue retador: con olor a tierra, a hierbas, con huevos de cristal, con vapores que hacían flotar los dolores viejos, y los dolores ajenos de mi linaje. Con información ancestral, con reafirmación de todo lo que mi alma ya sabía, pero que nadie había podido explicarle a mi mente desde el amor.

Ella, Ceci, es una guía fuerte, amorosa, sostenedora. Con una historia inspiradora, como la de toda mujer medicina. Valiente, acertada, serena pero directa. Me abrió la puerta. Como las verdaderas guías, ponía las herramientas en cada encuentro, pero te dejaba frente a la entrada para que tú misma te adueñaras de tu casa, te atrevieras a sentir, a conectar con tu ciclo, a alinearlo con la luna, a escuchar la voz de las abuelas. A ser viajera del tiempo cada mes: a sostener a tu niña, bailar con la joven y conversar con la anciana. A tomar tu propia sangre en las manos, con honor, no con asco.

Volví a mí. A mi hogar. Volví a mi útero. Aprendí a navegar el dolor, a sentir con el cuerpo y no con la mente, a sacar al patriarcado de mi tierra, a ser soberana de mí. A honrar mi grandeza, a escucharme, a saber reconocer a las hermanas en los ojos, a recordar que estamos todas juntas, despertando, volviendo al gran vientre que nos sostiene: a este planeta hermoso. A compartirme desde el amor, a todo lo que mi alma anhelaba. A sentarme en el fuego junto a ellas. Aprendí a ser escuchada, sostenida, amada y honrada por otras mujeres que, al igual que yo, aprenden a caminar en amor incondicional.


Aprovecho este blog para honrarlas…

A mi amada Vanesa, que me enseñó a respirar, me mostró la sabiduría de los niños sagrados y despertó en mí la medicina dormida de la conexión con mis semillas estelares. Las amo, a ti y a Kai.


A mi amada Naty, la maga, que me abrió las puertas de su casa y por 12 lunas me guió y me enseñó a sostener círculos de mujeres. A quien me dejó practicar los masajes de matriz en su cuerpo, y quien, con confianza, me entrega muchas mujeres para servirles medicina.


A mi Karlyn, que me recuerda que todo está vivo. Que los animales, las plantas, también son idiomas que hablo como parte de mi superhumanidad.


A mi tía Yoyi, que me habla del amor del Kabalá, que se ha convertido en el lugar al que corro cuando ya no tengo fuerzas. Que me sostiene con amor, que me muestra planos más grandes de los que mi mente limitada puede ver, y quien cerró mis caderas devolviéndome todas mis partes fragmentadas.


A mi gran maestra Ceci, que sabe encender la luz de mi alma con sus palabras cuando me pierdo…

A las amigas cuyo amor sobrevivió mi colapso existencial, y la distancia, mi "Chantiko" , ellas saben quienes son.


Y por último, la más importante: a mi madre. Gracias por la vida. Te amo y te honro como no puedo poner en palabras. Gracias por CREARME dentro de ti. Amo ser tu hija, y amo a las hermanas que me diste, Lule y Flory. Amo ser la nieta de Chona, amo a mis tías y mis primas. 


¡Las amo, las honro! Gracias por su medicina. Y gracias, porque en sus ojos puedo certificar que… ¡DIOS ES MUJER!


Con amor,Marijo 🐋🦋 10.23





 
 
 

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